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ESTADOS UNIDOS sale de IRAK

Una consideración acerca de la medida, que tiene varias lecturas y proyecciones. ¿Alguien ganó?

por Pepe Forte/editor de iFriedegg
Posted on Sept.7/2010

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NOTA: Al final del artículo hallará enlaces a otros relacionados en este mismo website y, además, la conexión al texto del discurso de Barack Obama con el anuncio del retiro de tropas norteamericanas de Irak.

Hace pocos días, exactamente el 31 de agosto del 2010, el presidente Barack Obama anunció en una comparecencia televisiva nocturna a la gran nación americana que Estados Unidos abandonaba militarmente Irak. Los desmemoriados deben haberse a apresurado enseguida a atar cabos —mal atados pues— y a agradecer a Obama la salida de las tropas de allá —que eso fue masa y hueso de su campaña presidencial— cuando en realidad esto es más que una decisión de administración una de estado, anunciada por el propio presidente George Bush —promotor de la operación bélica— en el último trimestre de su mandato, a través de un programa de mutis escalonado.

Lo que debió haber desencadenado casi el mismo regocijo del VJ-Day atendiendo a la impopularidad de esta guerra careció sin embargo de él y, al cabo de una semana, se disolvió más rápido que una gota de agua dulce en el océano. Hay quienes creen que más allá de la alegría por la anhelada vuelta a casa de our boys —como exige la canción olvidada de Freda Payne—, ahí termina la satisfacción porque no hay qué celebrar y que la guerra de Irak si no es una derrota, por lo menos es unas tablas deshonrosas. Pero de victoria, nada de nada. Por otro lado, el anuncio fue hecho por un presidente con brillo en fuga, Barack Obama, cuyo fulgor se apaga paulatinamente como el de la bombilla alimentada por una batería exhausta, para registrar en ese momento uno de los índices de aprobación más bajos en la historia de los inquilinos de la Casa Blanca. Por nuestra parte, esto era de esperar. Obama pasará a la historia por apenas un detalle: por ser el primer presidente negro de los Estados Unidos…. lo que no significa ni es suficiente necesariamente para que sea un presidente histórico. La intrascendental trivia presidencial no es sinónimo de historicidad.

También se advierte que no hay que festejar una retirada que de hecho no lo es, porque quedan allá unas 50 mil tropas en calidad de cooperantes para garantizar la estabilidad durante el período de transición del poder norteamericano al gobierno iraquí, de facto en disposición combativa. Y se espera que por lo menos una cadena de bases se mantengan activas, entre ellas la de Camp Victory en el aeropuerto de Bagdad; dos dentro del área de exclusión y seguridad conocida como The Green Zone, así com las de Mosul, Kirkuk y Ramadi, y la de Basora.

¿Ganamos pues o perdimos en Irak?

Antes de analizar el panorama para arribar a una respuesta a la interrogante, quisiéramos decir que esta pregunta, común y frecuente, además de egoísta —a pesar de lo válido y legítimo que es que nos ocupemos de nosotros mismos— nos gustaría que fuese formulada de distinta manera… con Irak como sujeto.

Muchos de los puntos esgrimidos por los detractores de la Guerra de Irak son válidos. Que la democracia que dejamos detrás es quebradiza y que la estabilidad del país es tambaleante, son cosas ciertas. Que no hallamos las armas de destrucción masiva, también es verdad, pero este es un razonamiento tonto, que no contradice en nada su base o esencia: Irak y Hussein sí tenían un arsenal químico, lamentablemente no en reposo, sino todo lo contrario, que usaron salvajemente contra los kurdos hace años. Y si aún no lo hubiese usado… ¿de dónde sale pues la notoriedad de “Alí el Químico”?

La detallada presentación que como preámbulo de la guerra hiciera el por entonces secretario de estado Colin Powell ante las Naciones Unidas, no fue una fabricación. Los planos de los transportes enmascarados y los mapas con las locaciones eran fidedignos.

¿Qué hizo Hussein con las armas químicas? Como buen dictador obseso por el mallete, en su afán por no ser removido del poder —a las buenas o las malas— con tal de demostrar buena voluntad ante las comisiones internacionales para conseguir su propósito, habría sido capaz de destruirlas totalmente como acaso hizo. Pero así hubiésemos hallado sólo un par de bidones con vulgar ácido limpiapisos sujetos a las alas de un cazabombardero de la fuerza aérea irquí, NO NOS HABRÍAMOS PODIDO MARCHAR tras el hallazgo. Así de simple. De hecho, muchos analistas miran con desconfianza este retiro que creen —y así pensamos también–, prematuro. Cada vez que Estados Unidos cede a las presiones morales tanto internacionales como domésticas, fracasa. Quiera Dios que no haya que volver pronto de nuevo a Irak, y que todo quede perfecto, pero esta retirada no coincide con el pronóstico de por lo menos 10 años de presencia militar allí como sugiriera hace un tiempo Tony Blair cuando era primer ministro británico, que se nos antoja más realista

Siete años y 5 meses han transcurrido desde que bajo el presidente George W. Bush y en la estela del ataque terrorista a New York, ocurriera la Operación Libertad Iraq. Hace tres años y 8 meses desde que Hussein fuese ahorcado. Más de 4200 hombres y mujeres en servicio en Irak han muerto y otros 30 mil han sido heridos. Esperamos que todo ello no sea en vano al detener un tratamiento antes de su plazo y dejar de administrar una medicina sin haber llegado a su dosis final.

El argumento de que no tenemos derecho a imponer nuestra democracia práctica y conceptual a Irak es simplista y fútil, y para colmo irritante. Si desde esta orilla determinamos que otros quieren seguir viviendo como lo han hecho por siglos, entonces por los últimos 100 años y hasta el presente, Occidente ha estado cometiendo sostenidamente el imperdonable pecado de diseminar nuestro progreso al llevarles la luz eléctrica, el automóvil, los aviones, la radio y la televisión, la computación y la comunicaciones y toda la parafernalia de avances que caracterizó al siglo XX. Y la idea de que pueblos como el iraquí no reaccionarían o no reaccionarán positivamente a las ventajas de la democracia en pleno Siglo XXI, es otra falacia con pies de barro, que queda destrozada cuando vemos que en el propio Irak, bajo las bombas y los atentados, un pueblo que nunca lo había hecho salió a votar aun por estos gobiernos débiles de nueva cuenta, incapaces incluso de fraguar una conveniente coalición de poder.

Es cierto que, por otro lado, los fundamentalistas musulmanes parecen “incorruptibles” ante las “contaminaciones” occidentales y que se muestran blindados, herméticos, impermeables a cualquier cambio, por somero que éste fuese. Eso es lo que explica que Mohamed Atta y sus colegas terroristas ejecutaran el 9-11, tras haber vivido holgadamente en pleno capitalismo, en condiciones materiales que nunca tuvieron, con una niñez aperreada, y aun con la oportunidad de convertirse en capitanes de cualquiera de la aerolíneas norteamericanas. No hubo lujo ni comodidad —ni siquiera las bailarinas exóticas de la víspera— que los desviara de su irracional misión en nombre de Alá, y terminaron estallándose gozosos contra las torres gemelas de New York. Pero, ¡cuidado!, que no todo el mundo musulmán opera bajo esos patrones de fanatismo extremo. Muchos musulmanes condenaron tales procederes. Muchos ciudadanos del universo árabe o persa —ya ve que me refiero también al preocupante Irán— escapan o emigran de sus países y terminan en brazos de Occidente —sobre todo en Europa—, ajustándose a su estilo de vida, aunque lleven en los bolsillos del alma sus más auténticos valores tradicionales. Eso, además de hermoso es legítimo. Mientras, otros que quedan allá estarían dispuestos a abrirse a un modo más contemporáneo de vivir, de elegir y de expresarse, lo cual no significa que aunque convivan con los McDonald's y los iPhones, dejarían de ser culturalmente lo que son, ni de comer lo que comen o de ponerse lo que se ponen. Esa es la mera verdad.

Así que no confundamos una cosa con la otra. La invasión militar a Irak no llevaba como presupuesto desfigurar la nación. Roma y su expansión proliferante que hasta fundó o mutó idiomas en terreno ajeno, ha quedado detrás —y hasta también el caso de Filipinas si consideramos que Estados Unidos la "inundó existencialmente" tras su victoria en la Guerra HispanoAamericana en los albores del Siglo XX—.

La izquierda y su siniestra propaganda, así como los islotes de comunismo que quedan a la deriva por ahí, maquiavélica y habilidosamente como siempre, se mueven a través de la sofisticada urdimbre del sofisma y hacen pensar a los incautos que el “Imperialismo Yanqui” lo que quería era someter la nacionalidad iraquí —eso en el quimérico caso de que pudiésemos admitirla como tal tras los imbricaciones ficticias amén de estabilizadoras del trazado inglés—, y absorberla, eliminarla. Ése jamás fue el propósito de la invasión.

La toma de la capital iraquí considerada la joya de la corona en la invasión, ocurrió más rápidamente que lo que muchso analistas predijeron. No olvidemos que tanto en Iraq que como en Afganistán, en los primeros días de combate murieron más periodistas que soldados. Pero lograr la democratización de Iraq no es tarea fácil. De que ése es todavía un mundo relativamente ignoto para nosotros, es un hecho innegable. Lo dijo Peter Jennings hace años, que era imposible autoproclamarse experto en el medio oriente. Estamos pagando el precio, a tenor de las circunstancias del conflicto geopolítico bipolar Este-Oeste, matizado por la escalada nuclear, de haberle dado la espalda a esa región del mundo que ahora, injustificadamente, se ha alzado en guerra santa contra nosotros. Por eso no lo conocemos y nos sorprenden sus acciones. Pero creemos firmemente en la modificación de ese escenario.

El mundo ya no es la Nueva Guinea de 1910.

La globalización no es una meta ni un propósito, sino una realidad en marcha. Es justamente la globalización la que destroza la idea de que en pleno siglo XXI Irak, sin dejar de comer Kebab, no pueda tener una diversidad de partidos y llevar uno de ellos a la presidencia mediante elecciones como hacen Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Y la globalización es indetenible: Son las comunicaciones de última hora las que no la dejan parar. Aún en sociedades regidas por el autoritarismo estatal, como es el caso de Cuba, que hasta prohíbe la Internet, la naturaleza de las comunicaciones de hoy las hace colarse como el agua por entre las cuadernas de una embarcación con casco de madera. No hay dique de Harlem para la Internet con su tweeter, youtube y lo demás…

Por nuestra parte, y con la vocación pacifista como estandarte resumida en la frase popular de “más vale un mal arreglo que un buen pleito”, habríamos preferido que esta guerra —y las anteriores y las por venir—, no materializara. Pero ello no nos cierra los ojos para negar que a veces hay que subir al cuadrilátero. A menudo el antagonista pasa a mayores y nos obliga al lenguaje de la fuerza para poner alto a sus excesos y desmanes —ése es el caso de Chávez, valga la pena recordar; la candidez es, por mojigata, pieza dañina cuando se transita por los corredores de la política internacional— . El dogma cristiano de poner la otra mejilla a la bofetada no siempre es aplicable. Todos los naciones que hoy lo son y que en su génesis y a por él tuvieron que irse a las armas para conquistar su independencia de la metrópoli y poner fin a su existencia de coloniaje, celebran con orgullo ese viril abrazarse a la violencia por los resultados que trajo. A pesar de Ghandi y su resistencia pacífica, simplemente a ésta a veces ni siquiera le dan margen para manifestarse. Así, no pudieron mirar a un lado sino enfrascarse en un cruento cuerpo a cuerpo la Unión Soviética el 22 de junio de 1940 y los Estados Unidos el 7 de diciembre de 1941 con Alemania y con Japón respectivamente cuando fueron atacados por éstos. Claro que las guerras distantes, de razones tangenciales o las guerras de ocupación tienen otros matices, a las que casi nunca nadie le enciende la luz de “aplausos”.

Pero en el caso de la campaña de Irak —y aquí va nuestra respuesta a la interrogante párrafos arriba—, valió la pena quitar de su escena a un tirano cruel y despiadado como lo fue Saddam Hussein. Pero, además, si la Guerra de Irak tiene motivos inconfesos —como este servidor cree—, y que en su momento años y años adelante será revelado —quizás veamos su desclasificación antes que la muerte de Kennedy—, más justificada aun fue esta batalla a pesar de que —insistimos— habríamos preferido que no ocurriese de haber sido posible otra salida.

La gran misión de nuestra entrada en Irak no era allanar Bagdag ni encontrar las armas químicas. Tampoco, apropiarnos golosos del petóleo. No era siquiera la captura de Hussein. Fuimos a hacerle a Israel la guerra que se le avecinaba y que no podría emprender por la condición de polvorín del área respecto de su participación en un conflicto franco con Irak que Hussein, según las condiciones políticas, parece que la inteligencia norteamericana y la israelita detectaron que desencadenaría l'enfant terrible de Babilonia. Acaso fue sólo un juntar de hipotéticas coordenadas de los calenturientos tanques pensantes de la CIA. Así pensamos, y así pues tiene sentido la Guerra de Irak, que en este caso habría servido de guardián de la paz mundial. ¿No habría aprobado usted después de 1933 y antes de 1939 una invasión a Alemania aunque por entonces pareciera cruel e injustificado bajo, por el ejemplo, el pretexto de que Hitler cocinaba la V-1, con tal de parar al nazismo que generó la Segunda Guerra Mundial? Cuánta sangre y lágrimas nos habríamos evitado. Y qué le digo de preguntarle a los judíos…

Si aplica justo ahora mismo que lo lee este razonamiento, verá que respirará mas tranquilo…

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