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Sombría Estadística

El 17 de mayo de 2010 se arribó a la fatídica cifra de 1000 bajas norteamericanas en Afganistán. Las muertes tienen ahora una nueva característica, desoladora: los soldados mueren más jóvenes. Una reflexión sobre la continuidad o no de las guerras que conduce y el papel militar de los Estados Unidos en la historia del mundo moderno.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com
Posted on May 18/2010

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Mil. Un uno seguido de tres ceros. Mil dólares, ¡qué bueno!, hallárselos, que nos lo rebajen de un precio que hemos de pagar, ganárselos en un sorteo, que nos lo regale un familiar o amigo o, simplemente, que nos los paguen por un trabajo —aunque esté pobremente retribuído—. Pero mil, mil muertos, es una lotería que nadie se quiere sacar, un número que bajo las alas de la muerte nadie quiere integrar.

El martes 17 de mayo la cifra de americanos muertos en la Guerra de Afganistán llegó a 1000 después que un atentado suicida con bombas mató por lo menos a 5 norteamericanos en servicio en Kabul. Para los primeros soldados muertos en combate tomó 7 años, pero para los segundos 500, apenas dos, de seguro que como consecuencia de un resurgimiento del Talibán allí, activo y revitalizado en casi todas las provincias, mientras que un gobierno débil y pusilánime es incapaz de proteger no sólo a las tropas norteamericanas, sino a los civiles.

El terrible conteo ha venido in crescendo desde agosto pasado, cuando los afganos celebraron su elecciones nacionales. Ese mes, negro por partida doble, lo fue por ser el más letal dentro del año más mortal desde los inicios de la campaña bélica. Pero el número revela además otra triste realidad: la juventud de la muerte —la muerte enamorada como habría dicho el poeta Miguel Hernández— como nueva característica de la guerra del siglo XXI —¿no suena a contrasentido esta última línea?—.

En las tropas americanas están muriendo más jóvenes que nunca antes, incluido Viet-Nam. Muchos de los soldados, según los récords, mueren poco después de salir de los campos de entrenamiento, como carne fresca para cañón voraz y veterano, que los huele a distancia como fiera macho en la jungla a la hembra en celo. Del 2002 al 2008, el average de edad de los soldados KIA (Killed in Action, es decir, muertos en combate) era de 28. El año pasado bajó a 26. Los archivos del ejército revelan que este año, las más de 125 tropas caídas en acción promediaban los 25 años.

Esta terrible realidad coloca de nuevo sobre el tapete el debate de la necesariedad de la Guerra de Afganistán y la de Iraq, que está drenando, precozmente, una valiosa camada de norteamericanos. Es fácil pues hallar inmediatamente a alguien decir que Estados Unidos debe salir de esos escenarios bélicos…

Ni la Guerra de Viet-Nam ni su terrible deja-vu, la de Iraq, a pesar de impopulares, fueron ni son injustas. Estas dos guerras no rompen el record de razón, de base de justicia que las impelieron en el prontuario de batallas del criticado Army. Sólo incomprendidas, acaso ad eternum. La mayoría de quienes juzgan estos episodios de trinchera lo hacen con y por inercia, sumándose al aparentemente juicioso balido del rebaño que repite argumentos de carretilla, en tanto que nunca le han echado una ojeada histórica a las más criticadas guerras del pasado y tampoco a estas con que hoy conviven.

Ni una sola incursión bélica norteamericana se origina en el sometimiento ni la expoliación. Tal criterio es habilidosa propaganda anti-yanqui. En cada intromisión norteamericana Estados Unidos, indiscutiblemente, se ha plantado en el lado correcto de los dos envueltos en el conflicto.

El argumento de que cada país debe resolver sus problemas a su modo y por su propia cuenta cuando está en desavenencia con otro —vecino o no—, o dentro de sí mismo cuando lo desangran facciones antagónicas de su sociedad enfrentadas violentamente, es tan irreal como tonto. A veces, tristemente con demasiada frecuencia, el lado victimizado carece de la fuerza para no sólo vencer a su victimario, sino para ponerle un alto siquiera. Los inspiradores conceptos de patriotismo y soberanía son válidos en tanto no se conviertan en impedimenta para la verdad y la justicia, quiméricas entonces de no hacer a un lado los remilgos y aceptar una ayuda ajena genuina y desinteresada. No hay por qué abochornarse por eso, ni como persona, ni a nivel de consciencia colectiva nacional. Por llana lógica, las interpretaciones decimonónicas no tienen cabida ya en el tercer milenio. ¿Quién dijo que la dignidad y el pragmatismo no pueden vivir juntos?

Las naciones y sus pueblos no son muy distintos de las familias en las casas de una barriada. No es ilegítimo que un miembro abusado de un hogar pida auxilio a un vecino o llame a la Policía.

Desde momentos tan tempranos de su historia moderna, como cuando ocurrió la Guerra Hispano-Americana, los Estados Unidos han metido sus criticadas narices aquí y allá… siempre del lado de la razón. De no haber ocurrido la batalla naval frente a las costas de Santiago de Cuba en 1899 entre las flotas americana y española —pobre Marqués de Cervera…—, quién sabe si Cuba fuese todavía en contra de la voluntad de su habitantes la provincia ibérica de ultramar. Y a eso se le puede poner papel carbón y obtendríamos una copia para la Segunda Guerra Mundial, para la Guerra de Corea, para la Guerra de Viet-Nam, para situaciones regionales como Santo Domingo en 1965 y en Granada en 1983, la remoción del poder de malandrines como Noriega, y para Afganistán e Iraq…

Pregúntenle a los cubanos qué significa que Estados Unidos decida quedarse como espectador y no protagonizar su vilipendiado papel de gendarme internacional. Si en 1961 Estados Unidos hubiese intervenido en la fallida invasión de Bahía de Cochinos, Cuba se habría ahorrado cinco décadas de sangre, lágrimas y separación familiar…

¿El error? No terminar las guerras, hacerlas mal… justamente por prestarle oídos a la opinión nacional e internacional y lejos de acudir a la impunidad que mucha gente erróneamente piensa que ejerce, ceder, y dejar pues las cosas a medias.

Por mucho que la izquierda y el comunismo internacional se desgañiten intentando hacerle creer al mundo que los ataques terroristas del 911 y sus ecos en Madrid, Londres y Moscú son un debido castigo al prepotente Occidente, eso no es cierto. Es más, es una falacia. No existe una sola razón que justifique esta alzada del lado oscuro del mundo musulmán contra esa generalidad enorme que ellos llaman infieles, en la que los terroristas ubican por igual incluso a sus ilusos defensores que del lado de acá les extienden un manto de comprensión. A esa amenaza, Estados Unidos es la única barrera de contención de cuyo sacrificio todos nos beneficiamos mientras recibe como recompensa críticas y desprecios.

Nadie quiere que muera nadie en esa sinrazón que es la guerra. Pero al arribar a la cifra del soldado norteamericano muerto en Afganistán número mil que todo corazón llora, en vez de censurar a Estados Unidos y reclamar inmaduros como chiquillos ignorantes que sus tropas tienen que salir ipso facto de aquí o de allá como si jugásemos a los soldaditos de plomo, deberíamos mostrar respeto y admiración por la nación que aunque lejos de ser perfecta —ni pretenderlo— ofrece a sus hijos, los mas jóvenes ahora, para que en un mundo de convulsiones, los que no hacemos nada, tengamos garantizada alguna tranquilidad. God bless the USA.

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