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¿Se verá por fin TV Martí en Cuba?

por Pepe Forte/Editor de i-Friedegg.com
Publicado en TRIUNFO, Junio/2005 • Ilustración fotográfica del autor.

Con el reciente anuncio de la emisión de Televisión Martí para Cuba vía satélite, he vuelto a hacerme la pregunta de siempre: ¿se verá por fin?

La solución tecnológica se basa en un satélite de órbita ecuatorial sobre África que cubrirá toda La Isla. La señal no es codificada y es gratis, por lo que no se precisa de la tarjeta de discriminación. Pero aún así insisto en el verbo 'ver', porque aunque apuesto a que la señal llegará certera, el quid está en que los cubanos la puedan recibir. Los cubanos no tienen acceso a receptores satelitales, a pesar de que, obligados a susbsistir en un naufragio existencial de casi medio siglo, han desarrollado una inventiva que envidiaría el mismísimo Robinson Crusoe. Durante años, se las han arreglado para hacer grietas en la muralla de acero —tal vez mejor sería decir que de caña brava— que el gobierno de Castro erige en torno a todas las esferas de la vida. Gracias a ese inventiva, cuando a mediados de los años 80 el Instituto de Turismo de Cuba creó una red local de televisión codificada para los hoteles para extranjeros, se las ingeniaron para fabricar artesanalmente platos —léase vulgares palanganas oxidadas—, receptores y decodificadores para "aspirar" en la clandestinidad de sus hogares la señal y así combatir el tedio de la anémica programación nacional de sólo dos canales... que trasmiten lo mismo —¿por qué no le llaman Castrovisión?—. Pero como siempre, el gobierno perseguió a los "infractores", y ya a principios de los años 90 prohibió por decreto el desvarío ciudadano.

La batalla del gobierno castrista por cerrar el acceso de los cubanos a la información y entretenimiento libres, tiene arrugas. Cuando vivía en Cuba en la década de los 80, fui requerido varias veces por esa versión tropical de Javert que es el Jefe de Sector de la Policía, por la antena jaggi "cortada" ad hoc para atrapar la FM comercial del Sur de la Florida —así conocí a Leo Vela y a Agustín Acosta en la Super Q— y por la que pagué más de la mitad de mi salario a un fabricante casero. El adefesio, que se erguía desafiante desde la azotea de mi apartamento en la calle San Rafael, en La Habana, me certificaba con el estigma de "diversionista ideológico".

Pero la vigilancia recrudeció desde la salida al aire de Radio Martí —tan incomprendida en Miami—, el 20 de mayo de 1985. En esos días, por razones que no viene al caso detallar ahora, fui a dar a una reunión de corte "privado" en la Biblioteca Nacional en La Habana presidida por el entonces personajillo de moda de la cúpula, el hoy defesnestrado Carlos Aldana, que explicó los planes retaliatorios contra la "radio enemiga". La panoplia de alternativas contemplaba como la No.1 el establecimiento de una señal-réplica que se llamaría Radio Lincoln, para informar al pueblo norteamericano de "la realidad cubana" y de los "atropellos del gobierno norteamericano contra su propio pueblo". Inexplicablemente, la amenaza terminó sólo en la fundación de Radio Taíno, destinada al turismo (también, no lo olvidemos, Cuba canceló el acuerdo migratorio vigente).

Claro que Radio Martí, que llegaba por la frecuencia 1180 AM —la misma que hasta el momento usaba la VOA y que de niño con mi abuela oía a escondidas tal cual los judíos escuchaban la radio aliada en la Segunda Guerra Mundial en el ghetto de Varsovia—, fue interferida. Posteriormente comenzó a transmitirse por onda corta. Pero como Radio Martí está en el aire las 24 horas y por la refracción solar es imposible emitir por la misma frecuencia todo el tiempo, para escucharla era necesario "cazarla" según desplazaba su sintonía por las distintas bandas. Mi radio estaba lleno de crucecitas en el dial. De peripecias vive el cubano...

Mas con la imagen no se juega. TV Martí es la peor pesadilla de Castro. Por eso, con el anticipo de sus transmisiones —que comenzaron el 27 de marzo de 1990 desde el aeróstato cautivo Fat Albert anclado en Cudjoe Key—, un amigo mío en La Habana, ingeniero electrónico y muy enterado de lo que iba a suceder, me puso el brazo sobre los hombros como si me diera un pésame —en realidad lo era—, y me dijo: "TV Martí nunca se va a ver...".

La solución fue instalar en la capital 27 transmisores de una señal "vacía" muy potente y de corto radio que sepultaría con un ruido enervante a Tele Martí. Los "huecos" serían taponados desde un helicóptero soviético Mi-8 matriculado en las FAR, y una embarcación para bloquear los del litoral Norte (después me dijeron que esa operación en particular era puro bluff). En ciudades más pequeñas, como Matanzas, a unos 100 kilómetros al Este de la capital, con un transmisor bastaba.

Las estructuras refractarias pintadas de amarillo y en forma de T horizontal se podían ver fijadas a la enorme antena de la antigua CMBF, sembrada en el patio del Museo Napoleónico en la capital esclava.

¿Y cómo reaccionará Castro ahora? La respuesta podría ser múltiple. Pero una cosa sí está clara: hará todo lo posible por que la nueva TV Martí no se vea. Castro, el primer dictador televisivo del siglo XX y que le gana en horas al aire a Lucille Ball y a Johnny Carson, sabe muy bien que una imagen vale por mil palabras. Y que propaganda visual en su contra sería terrible. Imagínese que el pueblo de Cuba pueda verlo, con su inglés macarrónico, afirmando en la tele de los EEUU durante su visita aquí en 1960, "I'm not communist". ¿Y qué de Ricardo Alarcón negándole cínicamente a Angel Zayón que vio a los familiares de los muchachos asesinados de Hermanos al Rescate que se paseaban a sólo un par de metros ante sus narices con las fotografías de sus rostros?

Una de las represalias a menudo esbozada desde La Habana si TV Martí entra en Cuba, es crear el caos en la ionosfera de Estados Unidos. Esto es, invadir el espacio radial de Norteamérica con cualquier emisora cubana o, simplemente, enviar una señal de "ruido" que tape las estaciones locales. No es tarea difícil ni cara. Inmediatamente esas estaciones se quejarían a la FCC, que a su vez reclamaría al Departamento de Estado la supresión de las transmisiones hacia Cuba. Pero no creo que saque esa carta. ¿ Y por qué? Porque, en términos ajedrecísticos, ésa sería un jugada de peón por peón. Tendría que sufrir la señal "enemiga" el tiempo que dure el pleito en cortes a pesar de su desquite. Y además, porque no tiene necesidad de ello; acudirá de nuevo a su arma predilecta: la represión. Con aterrorizar a la ciudadanía y castigar severamente a quien intente ver TV Martí, basta. En el peor de los casos, si tiene que organizar a través de los CDR's piras en las que los ciudadanos incineren "voluntariamente" sus renqueantes televisores soviéticos en blanco y negro en cada calle, lo haría.

No sé si TV Martí se verá ahora. Ruego por que sí, y aunque no, y aún dudando tras tantos años de desengaños de que se trate tan sólo de una medida política para contentar al exilio, de los juegos y rejuegos demócratas-republicanos— aplaudo el intento. Sería una estocada tan a fondo, que no me cuesta ningún trabajo imaginar a Castro exclamando —y babeándose— al final de sus interminables peroratas, "¡¡¡TV Martí o muerte!!!".

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