click on header to go back to articles index

 

La significación de la inauguración de BARACK OBAMA como el primer presidente afroamericano de los ESTADOS UNIDOS

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com


Posted on Jan. 20/2008

No voté por Obama. Y como ciudadano norteamericano no estoy registrado como Demócrata, sino como Republicano, a pesar de que nunca voto linealmente —es decir, por adhesión irreflexiva al partido—, sino que lo hago por el candidato, razón por la cual a veces he elegido a un político "del otro lado". También, debo decir que compré y leí los dos libros más anti-Obama que se pueda imaginar —Obama Nation y The Case Against Obama—, y sin embargo, no compré ni leí su autobrografía The Hope of Audacity, ni Dreams from my Father, éste último también escrito por él. Por si fuera poco, en este mismo website puede leerse un artículo que sobre Obama —no exactamente contra él... pero un poco sí— que escribí cuando se convirtió en el candidato a la presidencia por el Partido Demócrata, y que aborda mis tribulaciones por su —allegedly— origen musulmán y las influencias marxistas que recibió desde niño. Pero por el momento, dejaré mis recelos enclaustrados en ése. La sinceridad es posiblemente mi meta primordial —please, no confundir con la franqueza que, descontrolada, puede ser ofensiva—. Por eso revelo mi posición. Mas hoy, 20 de enero del 2009, como Walt Whitman en "Canto a mí mismo", me sentí orgulloso de mis propias emociones...

Hice todo lo posible hoy por conciliar mis responsabilidades en la oficina con mi atención a la agenda de inauguración del presidente No. 44 de los Estados Unidos, y así pude seguirla minuto a minuto en mi propia computadora de trabajo gracias a la magia de la Internet. Mi dedicación al evento contó con la misma concentración que habría dispensado a John McCain y Sarah Palin—mis candidatos— de haber sido éste electo. Hoy ha sido un día histórico y me felicito por sentirlo así, más allá de mis confesas predilecciones políticas, y me congratulo otra vez por vivir en éste, que elegí como mi país de adopción, no por conveniencia ni por disfrutar de una vida material y económicamente mejor, sino por sentimientos y conceptos más profundos y elevados, de nobles tentáculos que se extienden y engarzan con la admiración, el agradecimiento, la libertad y la ideología. No soy un emigrante económico: soy esencialmente un exiliado cubano-americano de pies a cabeza.

Es un privilegio vivir en Estados Unidos. Y participar de su democracia, todavía imperfecta como la que más, pero lo suficientemente sabia como para identificar sus errores, reconocerlos y en consecuencia corregirlos; una hoja de ruta que si los alcohólicos y adictos del mundo siguieran al pie de la letra como lo hace la gran nación americana con sus propias faltas, se curarían en el acto. Es un privilegio, repito, poder votar del modo que se hace en aquí, por una presidencia que obliga a cada mandatario a jugar centro, no importa si es filosóficamente de extremos hacia uno u otro lado del espectro político y que, además, está muy lejos de permitirle fabricarse un poder omnímodo que le santificaría como dictador de urna.

Claro que hace más tiempo debimos haber tenido un presidente negro. O una presidenta. O ambas cosas inclusive. El modo en que Barack Obama accedió a la silla suprema de la nación quizás esté muy lejos de ser el ideal, el imaginado. Obama —no debemos olvidarlo— es un fruto de las circunstancias, el resultado de un cóctel de situaciones que le hicieron rebasar todas las barreras que en otro momento le habrían abatido. La crisis económica, una guerra no necesariamente absurda sino incomprendida —y of course, lamentable como todas ellas—, y la percepción —imprecisa—, de que la administración de George Bush fue un fracaso de punta a rabo, son los factores capitales que le llevaron en andas durante toda la jornada comicial. Es posible que si hubiese faltado tan sólo uno de estos ingredientes —u otros más leves y laterales que no hemos mencionado—, Obama no hubiese llegado a donde lo ha hecho.

Pero por otro lado, sería injusto asegurar que Obama es sólo una estricta consecuencia de situaciones concatenadas. No. Obama tiene talento, porte presidencial y la personalidad decidida y dedicada para alcanzar esta meta. Obama puso toda su voluntad en llegar a a la Oficina Oval. Obama rebasa la escena contemporánea compuesta por —entre otros factores—, la emergencia de las nuevas generaciones y del creciente gusto del paladar de la actual sociedad norteamericana de los últimos 10 ó 15 años por del sabor de los "patrones" conductuales afroamericanos, francamente paradigmáticos y en boga. Por eso Obama sobrevuela el que en otro instante habría resultado el escollo insalvable de su nombre intermedio, Hussein.

Manipulaciones y candideces ha habido aunque a veces resulta difícil discernir cuál es una y cuál es la otra. Me parece excesivo comparar a Obama con Martin Luther King o con Abraham Lincoln. ¿Imposible de aparear históricamente al novel presidente a esos dos íconos de Estados Unidos? No, simplemente porque es muy temprano aún. Hay que esperar para ver pero, ¿por qué no?, ojalá que los tres terminen plantados en el mismo anaquel. La grandeza de los magníficos nunca es apreciable sino en retrospectiva, y casi siempre es transparente en su contemporaneidad. La humanidad pues se empeña tercamente en restringir su galería de próceres, ignorando que el mundo sería mejor si sus héroes no fuesen tan escasos. Pero deploro exageraciones tempraneras de alguna prensa sobre la todavía hoy infundada historicidad del personaje como no sea la que corresponde a su récord de primer presidente negro, e igualmente rechazo la inexacta la idea que perfila la inauguración de Obama como el turning point que ha abierto a Estados Unidos a la igualdad racial. Desde Lindon Baines Johnson —antes del asesinato de King—, Estados Unidos comenzó a practicar la integración racial por decreto, y desde hace años el racismo no es dogma ni práctica institucional aquí.

Mas hoy es un día de luz, de esos que demuestran que, aunque tal vez un poco tardíamente en este caso específico, Estados Unidos es una nación que no se avergüenza de reinventarse a cada paso, y que cuenta con una inagotable capacidad de rectificación y de ajustarse a los tiempos. Y al hacerlo, del modo en que lo hace, aplana las afrentas. Ésa es la significación de esta asunción de poder. Es a Estados Unidos, por encima de todo, al que cabe el honor y el merecimiento de soplar la jubilosa velita de felicitación. En alocución de apertura, Barack Obama dijo que "el mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar con él". Good. Pero es lo que, aunque a primera vista no lo parezca, Estados Unidos no ha dejado de hacer in a regular basis, a pesar de que a menudo lo haga a través de su propio calendario... y hoy continúa esa costumbre.

Obama en la Casa Blanca representa una elección con visado a la esperanza. "Esperanza" —y no "cambio", que presidió su campaña presidencial—, es la palabra clave que anima las expectativas de millones de norteamericanos y de más y más millones todavía de ciudadanos del mundo que esperan de él un desdoblamiento en Superman o el mago Merlín, Por eso no es justo ni inteligente comenzar a atacarlo, a calificarlo ya en sentido positivo o negativo. La espera es angustiante, pero también es sabia.

No lo voy a negar: me emocionó hoy el traspaso de poder y la ceremonia de inauguración de Barack Obama como el nuevo presidente de los Estados Unidos. No me avergüenza decirlo a pesar de que —repito— no se trataba de mi candidato. ¿Sentirse así es ser un "buen americano", como el ensayo de clase que escribió el personaje protagonizado por Robert Redford en la película The Way We Were, de 1973? No sé si mi cerebro lo logre, pero por lo menos mi corazón lo intenta...