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CONCIERTO PAZ SIN FRONTERAS EN LA HABANA

¿A quién favoreció?
Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com


Posted on Sep. 21/2009

Si las cifras son ciertas, el Concierto Paz sin Fronteras en La Habana, celebrado ayer 20 de septiembre del 2009 y promovido por el cantante colombiano Juanes, va de cabeza para el Libro Guinness de Récords como el más multitudinario de la historia de la música. Los números son los números y los récords, récords son, pero su frialdad ignora los detalles detrás de ellos.

Que no canten victoria las lágrimas de emoción de Miguel Bosé que jamás en su vida soñó con tanto público para su “bandida” canción, porque si quitáramos a Juanes de la escena y lo sustituyéramos por Carlos Vives habría pasado lo mismo; y si reemplazásemos a Vives por Shakira, igual; y a Shakira por Alejandro Sánz, ídem; y a Sánz por Enrique Iglesias póngale pues un papel carbón, y así y así ad infinitum, hasta llegar al pingüino amaestrado del circo Ringling —¿lo tiene?—, porque en Cuba, donde no pasa nada, ni va nadie, hasta el artista italiano asistente a la cita habanera cuyo nombre no puedo recordar, llenaría Tropicana...

Ha terminado El Concierto para los Sedientos, El Concierto de los Deshidratados… Cinco horas de música… sin agua. Cada vez que una cámara de televisión hizo un tiro a la multitud, jamás se vio una botella del preciado líquido. No me extrañaría que a 24 horas de terminado el show —lo que motiva mi razonamiento—, Zephyrhills esté cabildeando ante el Congreso de Estados Unidos el levantamiento del embargo a Cuba…

Como puesta en escena, el concierto juanístico fue pésimo. Incoherente, llenos de costuras, carente de fluidez y de producción. El elenco, en general decadente, estuvo integrado por estrellas —incluidas las tres cimeras, Juanes, la Tañón y Bosé— que necesitaban como que de vida o muerte, un empujón artificial que reanimara esos slums cíclicos que todo artista o atleta sufre. La presentación les vino de perillas para que sus fans —menos los de Cuba— se apresuraran al otro día a comprar sus viejos discos (Los Beatles no necesitaron eso para agotar en tan solo horas el lanzamiento de Rockband el 09/09/09).

Los instantes más penosos del entuerto fueron los protagonizados por Cucu Diamante, una escuálida cubana ‘exilada’ en New York que, por su militancia política, lo que mejor podría hacer es gestionar su regreso a Cuba. La ¿cantante? recordó a medias el pedido del Papa —sólo exigió que el mundo se abriera a Cuba—. Pero tuvo un lado bueno: descaracterizó la idea de que Gorki Águila no calificaba para integrar el recital.

Bochornosa también fue la demagógica interpretación de “Ojalá”* de Silvio Rodríguez, una especie de amnistía personal por adelantado al futuro para que —quiméricamente— no le pasen la cuenta cuando le toque.

Al cierre, se produjo el desplante de vieja maestra solterona de Juan Formell, de los Van Van, que dijo que el concierto se realizó “duélale a quien le duela”, sin duda aludiendo a los cubanos de Miami. En el ocaso de su vida y de su carrera, a Formell no le ha quedado más remedio que ser solista de la orquesta que siempre tuvo por voz prima a otros cantantes.

Se le agradece a Juanes que, a última hora, gritara un par de veces “¡Cuba Libre!” —¿acaso no estaría solicitando que le agenciaran para su garganta seca el famoso trago con el ron Havana Club que lo patrocina?—, y que exclamara “una sola familia cubana”, eliminando la amarga distinción entre la de La Isla y la del exilio. Gracias, Juanes, por haber quebrado con eso el código de silencio de proyección política que ‘noblemente’ Cuba impuso para demostrar sus sanas intenciones de gatita de María Ramos. Pero, Juanes… ¿qué menos que eso podrías haber hecho?

La censura, por mucho que digan que no la hubo, se reveló allí. Carlos Varela —nunca confié en gente que oculta la calvicie—, entonó algunas de esas canciones gelatinescas suyas que ni fú ni fá y que no se sabe a dónde van a menos que, como ocurre con el doble sentido, alguien les atribuya un único y específico destino. El trovador, con la minuciosidad de un relojero, sorteó las que todo el mundo esperaba que cantara (“Guillermo Tell”; “Jalisco Park”; “Leñador sin Bosque”…). Al mejor modo del chantajeado moral —¿lo será?—, Varela, más que ambiguamente como en otro momento ha hecho, se proyectó diáfanamente en pro del establishment cubano, no en su contra. Suponemos que no quiere poner en riesgo la amistad que confesó en un video de una presentación cuasi íntima en La Habana que guarda con las hijas del bulbicefálico Ricardo Alarcón. Mientras, Olga Tañón —una mujer sexy siempre es deliciosamente embustera— se tragó las canciones de Celia Cruz que prometió que cantaría, y el estreno de Juanes anunciado por él mismo, una melodía que silueteaba al cubano —¿de ambos lados del Estrecho de La Florida?— se la llevó el Diablo…

En las últimas semanas, casi día a día, como el agrónomo, he estado moviendo mis banderitas marca-terreno acerca de Juanes. A ratos me pareció bien intencionado, a ratos un tonto, a ratos un tramposo. Me dieron ganas de estrangularlo cuando dijo a un programa de televisión en Miami que las guerrillas de las FARC nada tienen que ver con Cuba y, respecto del feudo de los hermanos Castro, manifestó que hay que construir el futuro desde este presente, ignorando que el ayer de La Isla es todavía justamente el más reciente minuto de hoy.

Ya no me queda duda de que este concierto fue una pieza más para desmontar la política hacia Cuba sin que su gobierno comunista haga ni la más mínima concesión. La movida lleva ingeniería cubana de allá, con etiqueta de la nueva administración demócrata de de Estados Unidos, con Obama y la Clinton como piloto y copiloto de la nave.

¿A quien sirvió finalmente el concierto?

Pues al gobierno de Cuba...

Qué pena que Juanes y compañía hayan sido peones para dar una imagen de normalidad en un país que ni como nación ni como sociedad es normal.

El concierto de Juanes en la capital cubana ha servido para que, los incautos por un lado y por otro los malintencionados dispuestos a justificar y bendecir la dictadura más vieja del hemisferio, se disparen a decir que Cuba ha cambiado porque fue capaz de ofrecer un espectáculo público internacional sin la expresión de la política. Es el viejo esquema convence-tontos de elevar a categoría de paradigma lo que habría de ser opaca rutina…

Y qué triste escuchar a alguna gente decir que al menos los cubanos de allá pasaron un domingo distinto. Qué estupidez, qué ofensa… Como decirle al padre desesperado que su hijo enfermo de una grave dolencia necesita la golosina de consuelo en vez de una cura radical a su mal para que luego pueda comerse durante toda la vida los dulces que se le antoje.

Como con la visita del Papa y cualquier cosa que el gobierno cubano permite, el Concierto por la Paz sin Fronteras de La Habana favorece a la tiranía de medio siglo en Cuba.

Al final, también me producen pena ajena todos los artistas que participaron en el evento que, por ilusos y veleidosos —¡ay, las lágrimas de Bosé!— se han quedado con la falsa ilusión de que fueron capaces de sostener la atención de los miles de personas congregadas allí. Juanes, Olga Tañón y Miguel Bosé, desconocen que tan sólo al grito de un típico jodedor cubano de, “¡caballeros, pan con lechón!”, se habrían quedado solos cantándole a la cabezota de hierro del Ché Guevara en la fachada del edificio del Ministerio del Interior. Y qué decir de alguien que hubiese voceado “¡oye, hay un barco pa’ Miami en el Muelle de Luz..!”

 

*“Ojalá” es una canción que privadamente todo el mundo en Cuba la ha considerado siempre como precursora de la muerte de Castro.

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