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Una noche en HELEN

El bello pueblito en el Estado de Georgia brinda una magnífica visión de Alemania, sin tener que cruzar el Atlántico...
por PEPE FORTE/Editor de iFriedegg.com y conductor del programa radial AUTOMANIA, de Univisión Radio.
Todas las fotografías del autor. Posted on Jan. 9/2010.

Willkommen!:

Si uno vive en el Sureste de los Estados Unidos no tiene que gastar un montón de dinero y tiempo volando a Alemania si quiere tener un hint, una pizca del sabor de ese país. Eso se resuelve con sólo unas horas de carretera hasta llegar a Helen, en el estado de Georgia.

Helen es una hermosa villa estilo bávaro, aunque en realidad, más que un aspecto alemán o de una región germánica en preciso, la baña una pátina alpina homegeneizadora. Está al Noreste de Atlanta, apenas a hora y media de camino desde ahí.

Muy próximo a la frontera Norte de Georgia, en el Condado de White, al pie del río Chattahoochee, y en el valle del que herada su nombre, esta es una de las regiones más bellas de los Estados Unidos en los montes Appalaches, específicamente en las hermosas Blue Ridge Mountains. Sin embargo, Helen no siempre tuvo este look de galletita de jengibre que fascina, sino que sólo apenas durante 40 años ha sido así, y eso fue lo que la salvó de la extinción.

Antes del siglo XIX, el área era centro de la cultura Cherokee, con asentamientos indígenas salteados aquí y allá. En 1803 los cherokees aprobaron el paso del Unicoi Turnpike, un camino con peaje para diligencias a través de su territorio, un trazado sobre el que hoy cruzan más o menos las autopistas 17 y 75 en ruta a Hiawassee. Pero el boom de la zona lo marcó la fiebre del oro en 1828. Miles de mineros vinieron al valle armados de picos y palas y sobre todo de mucha ilusión en busca de fortuna, y así comenzó lo que sería luego Helen.

Cuando el afán por el oro perdió su brillo, llegaron entonces los leñadores atraídos por la madera que ofrecían sus bosques, y poco después el panorama fundacional fue complementado con la extensión ferroviaria protagonizada por el Tren del Noroeste, todo esto en un período de poco más de 100 años. Justamente el valle donde se encuentra el actual poblado fue bautizado Helen —de donde hereda el nombre—porque así se llamaba la hija de uno de los agrimensores ferrocarrileros.

Mas el pequeño pueblo —de estampa sureña originalmente— se fue tornando soñoliento decenio tras decenio, y para 1960 apenas era un vestigio de su pasado. En 1968 los comerciantes de Helen se reunieron para ver cómo podían reanimarla. Un artista local que había vivido en Alemania —y que acaso quedó nostálgico de ella— sugirió convertir a Helen en una aldea alemana. De este modo nació el aspecto alpino de Helen, que atrae a millones de visitantes cada año.

Conocimos Helen, de paso, un domingo hace un par de años; llegamos allí por unas amistades que nos advirtieron de un museo de automóviles que se encuentra en el poblado —y lo visitamos—. Pero desde entonces nos quedamos con las ganas de pasar una noche en Helen y, esto fue lo que hicimos ahora, en diciembre del 2009.

Helen tiene dos momentos de esplendor durante el año. El más importante en el otoño, cuando el área es más hermosa que nunca gracias al vibrante cambio de follaje de la temporada que, además, sirve de asiento para Oktoberfest, la tradicional celebración alemana que ofrece paradas, festivales de comida y bebidas, y hasta una competencia de globos aerostáticos. Para quienes adoran la cultura germánica y disfrutan del júbilo de esta fiesta anual, Helen debe ser su destino obligado. El otro instante grande del sitio es durante las Navidades, cuando la decoración lumínica del poblado le crea una nueva silueta nocturna. Este fue el marco de nuestra visita...
Como en la ocasión anterior, llegamos allí por carretera, “bajando” desde Gatlinburg, Tennessee, camino de vuelta a casa en Miami, Florida, al atardecer específicamente del martes 29 de diciembre, todavía con luz. Pero pronto se hizo de noche y pudimos ver “florecer” a Helen, que se fue iluminado poco a poco con la decoración navideña anticipada. Todas las casas y edificios de negocio a lo largo de su calle mayor no sólo revelaron sus diseños de luces de temporada, sino que la mayoría de ellos dibujaron con guirnaldas su contorno, o los elementos más importantes de su arquitectura. Había frío —38ºF (3.3ºC)— y viento helado, pero ello no fue óbice para sumarnos a la caminata de decenas de turistas que tan encantados como nosotros, disfrutaban del pueblo. Desde dentro de muchos negocios se escuchaba música tirolesa y polkas, lo que daba el toque ideal a la imagen del villorio. Carrozas blancas tiradas por caballos paseaban a forasteros calle arriba y calle abajo.
Al explorar las calles que cruzan la principal, un par de cuadras más adentro —y ésta es mayormente la extensión lateral del poblado— nos topamos con las casas residenciales. Según el censo del 2000, la ciudadanía de Helen es brevísima, de 420 habitantes, la mayoría de ellos ocupados en dar atención a la población flotante —de turistas casi en un 100%— que como nosotros va allí a deleitarse con Helen.

Unos 200 negocios, que van desde hospedaje hasta tiendas y restaurantes, disipan las necesidades del turista y sus ansias de entretenimiento. La tiendas ofrecen artesanía fina, cerámica y especialidades de importación, sobre todo de artículos europeos y en especial alemanes, austríacos y suizos. Y no carece del toque holandés...

En una tienda compramos una matrioshka para sustituir otra que habíamos adquirido en el 2005 no en Moscú, sino en Quebec City, Canadá, que misteriosamente se extravió en casa.

Esta tienda ofrecía una magnífica colección de relojes cuco originales tipo Black Forest, importados directamente de Baviera, cuyos modelos más caros, por su belleza y elaboración, rebasaban los mil dólares.

El trato de todos los comerciantes de Helen es amabilísimo. Se deshacen en explicaciones y, con sano orgullo ofrecen detalles de cualquier cosa que el vistante compra allí. ¿Y dónde se puede quedar uno? Pues, para hospedarse en Helen, la mejor opción es The CastleInn, un hotel estilo castillo en los Alpes.

¿Y para comer? Ah, la primera tentación son las reposterías tipo europeas, desbordantes de verdaderas exquisiteces y, sobre todo, de chocolates —fudges—, bizcochos, panetelas y los típicos postres calientes del viejo continente. Pero para platos serios el menú general de Helen es teutónico: Allí sí se puede “probar” a qué sabe Alemania, a través de los tradicionales schnitzel, sauerbraten, rouladen o wurst, escoltados por el típico sauerkraut; sin duda, pedido casi obligado si uno quere paladear Alemania. Dicho en dos palabras, sería un disparate imperdonable negarse a una buena salchicha alemana. ¿Para hamburguesas?... ¡pues Helen también! Pero igualmente hay comida “americana” y ofertas de pescado. Y cualquiera de estas maravillas para goce de las papilas gustativas viajeras ha de ser complementada con preferencia con las magníficas cervezas alemanas, o un buen vino de por allá.

En nuestro caso, tuvimos la fortuna de ir a parar al restaurante Alt Heidelberg, en pleno corazón de Helen. Allí trabamos amistad con los amables camareros Cindy y Jeff, que nos explicaron solícitos —¿ya ve?— cada plato, aunque en realidad a pesar de sus sugerencias, decidimos irnos con lo más simple y tradicional, la salchicha alemana con puré de patatas y col agria.

Al terminar la cena el atento dueño del restaurant, Leonhard Villiger, nos mostró todo el sitio y nos permitió subir al ático y a un balcón que circunvala el edificio de tres pisos, desde donde tuvimos una bella panorámica nocturna de Helen. Villiger, suizo —nativo de Lucerna—, adquirió el restaurante en 1997, del original fundado en 1975. Alt Heidelberg, sin duda, es la decisión ideal para la cena perfecta en Helen (al final del artículo, más abajo, vea las fotos del restaurant y de su gente).
Para este servidor, Helen complementa aunque en miniatura, mi visión de Alemania. En el otoño del 2003 visité el país y conduje por sus carreteras, pero sólo en la región Norte y el lado sajón —curiosamente, la parte que sufrió el comunismo— y Berlín, pero falté a la región bávara. De modo que Helen, para quienes han viajado a Alemania o no, es una buena alternativa para entrar en contacto con un pedacito de ese país europeo o la región de los Alpes, sin tener que cruzar el Atlántico. ¡Ah!, y no hace falta visa ni pasaporte, sino un poco de gasolina y algunas ganas de manejar. Aufedersein!!
A continuación, las fotografías por dentro y por fuera del restaurant Alt Heidelberg, en Helen, GA:

mente debajo):

Millie, a punto de hibernación, a pasos de la puerta de entrada del restaurant Alt Heidelberg...

Pepe Forte —a la izq.—, editor de iFriedegg.com, con Leonhard Villiger, propietario del restaurant Alt Heidelburg.

Pepe Forte —left— editor of iFriedegg.com, with Leonhard Villiger, Alt Heidelberg Lounge & Restaurant's owner in Helen, Georgia. Villiger, a Switzerland native, has been operating the business since 1997.

Este veterano póster del restaurant, que cuelga en su interior, nos ayuda a tener una idea de cómo luce de día.

¡Bienvenidos! El atento camarero Jeff Garman —izq.—, junto a Villiger y Pepe Forte. Aunque él nos recomendó platos más elaborados, nosotros preferimos la opción más simple y tradicional de la típica salchicha alemana.

Jeff Garman —left—, the friendly waiter, with Villiger and Forte. He recommended us the best dishes from the delicious menu, but we choose a more simple and traditional plate: The German sausage with mash potatoes and sauerkraut.

My wife Millie —right— with Cindy, at the Alt Heidelberg Restaurant & Lounge in Helen, Georgia. Cindy was the highlight of our dinner.
Flores autóctonas de los Alpes, disecadas en este cuadro, decoran el interior del restaurant.
Desde este balcón que circunvala el ático del restaurant, pudimos fotografiar la bella panorámica nocturna que desde aquí se divisa de Helen.
La línea de luces que dedicadamente sigue el contorno del restaurant, es la norma de la decoración luminosa navideña de Helen, que perfila y siluetea bellamente la arquitectura de la ciudad.