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CUBA: La paradoja humillante

Otro triste récord de la dictadura: Un rescatista agrede en vez de socorrer y, para colmo, lo hace con el emblema del auxilio, la camilla. Sólo en Cuba comunista. Es además, una gran tragedia para la literatura: Kafka debió haber nacido en La Isla en 1959; Carpentier verlo, y García Marques escribirlo. Pero no...

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA,
y de EL ATICO, diario, por WQBA 1140 AM,
en Miami, Florida, una emisora de Univisión Radio.

Posted on March 28/2012

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Aunque el exilio cubano ya está acostumbrado a esto —qué remedio tras 50 años—, aún le queda un rinconcito para el asombro, un reservado cual una especie de postdata a lo que pareciera —y debería ya ser— la carta final de esa ignominia que representa el medio siglo de revolución castrista en Cuba. Así, desde ese recodo de la sorpresa, otra vez ha saltado de estupor la diáspora al ver en las imágenes de televisión cómo un hombre con la camiseta de la Cruz Roja le asesta un vigoroso bofetón a un ciudadano que, indefenso en manos de la autoridad, es sacado por ésta de la misa que ofrecía Benedicto XVI en Santiago de Cuba con motivo de su visita a La Isla, tras haber gritado —el opositor, no el Papa, que ojalá…— “¡abajo el comunismo!”.

El abusador, un moreno aparentemente en sobrepeso —inexplicable en un pueblo a menudo famélico por la tradicional carencia de alimentos— , sale de la nada, enardecido como un toro en celo, y golpea en el rostro al hombre. Y cuando se lo quitan de delante, entonces le pega a distancia por la cabeza con la camilla enrollada. Todo un episodio convicto para el libro Guinness de Récords, por partida doble: es la primera vez que, primero—y no lo dude— en la historia de la humanidad, un miembro de un cuerpo de socorro, agrede a un ser humano. Los rescatistas, lo mismo que los médicos y los Tres Monos Sabios, son sordos, ciegos y mudos ante política e ideologías; segundo, el victimario ataca con una camilla, esa herramienta noble del socorrista, que ayuda y salva, pero que el agresor de marras convierte en arma con el propósito de herir y lesionar, trastocando amargamente su esencia.

Sólo una sociedad a la que Castro sistemáticamente por décadas, con la paciente dedicación de Lucifer, le ha ido invirtiendo, alterando, confundiendo y anulando no sólo los valores inherentes a su cultura, sino los universales, es capaz de tan grande afrenta.

Dios, qué dolor… que la nación y tantos de sus ciudadanos ya tocan fondo. Tan bajo, pero tan bajo, ha caído Cuba comunista.

De investigar el incidente, que como voluntad ya ha expresado que lo hará la Cruz Roja del mundo, éste, el de la parihuela mancillada, es un detalle que no lo es, sino que lejos de una nimiedad crece por minutos y que por tanto, lejos de disolverse dentro del episodio, debería contemplarse como agravante. La camilla es posiblemente el símbolo excelso de la nobleza de una entidad como la Cruz Roja y justamente con una, un hombre con la remera de la institución golpea a otro. La única virtud en ciernes del acto es que debería ser incorporado como paradigma de la paradoja en las clases de Filosofía y Lógica de las cátedras del planeta. Pero no como una contradicción cualquiera, sino como una humillante y patética. Eso es Cuba hoy.

Hasta donde sabemos, la Cruz Roja de Cuba —a propósito, lo de roja le viene de perillas— es un cuerpo independiente que no integra la Internacional… cosa de la que mejor nos alegramos, porque poco favor le harían a la impoluta reputación de esta última comportamientos tal cual de sus miembros. Pero si aún así fuera, tampoco cabría sacudir por la solapa en pos de una respuesta a la C.R.I., porque ese camillero —apueste sin temor por ello— no es otra cosa que un miembro de la infamante Seguridad del Estado castrista.

El caso es que se trata de uno los ultrajes a la dignidad y a la vergüenza más grandes que ha cometido la dictadura castrista. Y también una de sus meteduras de pata monumentales.

Sin embargo, en medio de su perplejidad, el exilio cubano de Miami comete un error en lamentar, que —hasta este instante— se desconozca cómo se llama el detenido. El nombre de la víctima importa sólo para intentar protegerle en el modo en que desde lejos —como estamos— sea posible. El nombre que debemos conocer es el del abusador. Ése es el que necesitamos.

Porque el futuro de Cuba debe afanarse en excluir de su perspectiva sociedad a entes como éste, y los demás como él, que no deben componer la zapata de la próxima nación, porque otra vez se derrumbaría.

Como Luis XV, con su après moi, le déluge, Castro tiene en estos seres —su Hombre Nuevo— el óxido ya listo para corroer desde dentro el andamiaje de la República recobrada, como venganza final tras su muerte y la de su pensamiento. Con almas como esta —y sus jefes— borrachos de infundado odio y perniciosa ignorancia, queda hipotecado el porvenir de un país y resulta imposible su indispensable restart.

Tarea difícil la de evitarlos porque ¿cómo?, no podemos imaginarlo siquiera. Y que nos asistan las Alturas para, en ese empeño, no emular las fórmulas de asepsia del Castrocomunismo.

Debemos conocer el nombre de este agente enseguida, para que su impostura, punible internacionalmente, sea contemplada por las cortes en cuanto antes. La Cruz Roja Internacional no debe dejar por alto esta ofensa. Mas, hay otra razón: averiguarlo para evitar que —como suele suceder— este atropellador se aparezca mañana en una balsa en el Sur de la Florida.

Y si lo hiciere, acudo a Bécquer para reenviarlo de vuelta desde la orilla de la playa: ¿Qué es "pies mojados"?, dices mientras clavas en mi pupila, tu pupila roja. ¿Qué es "pies mojados"? ¿Y tú me lo preguntas? ¡"Pies mojados" eres tú!

 
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