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Algunos CARROS AMERICANOS en el ARTE CUBANO
por CESAR BELTRAN/Cortesía del blog PENÚLTIMOS DÍAS
Posted on Dec 4, 2008/La ilustración de presentación es un 'canvas' del propio articulista.
Conduzco a treinta millas por cuatro o cinco cuadras de la Segunda Avenida del North East. Quiero llegar antes de que cierren al “99 Cents Store” de la 54, de dueños dominicanos, clientela haitiana y empleada paraguaya, pues son casi las ocho y me he quedado sin cigarros. Manejo bajo la influencia y esfuerzo al máximo mi alerta y mis reflejos. De pronto, en el semáforo anodino de la 51, una visión marciana se planta frente a mí. Un par de gigantes ojos chinos, rojos, bajo cejas metálicas y finas me hacen un guiño de frenazo. Yo frené ya, frenético y adelantado en mi paranoia previsora y hace segundos me dedico a observar la inusitada nave. Es un Chevrolet Impala del 59, blanco y azul, “mint condition”, algo que no se ve todos los días. De los últimos diseños que aprobó Harley Earl desde su posición de diseñador jefe de la General Motors, que ocupó de 1927 a 1958, y de los últimos autos americanos que llegaron a Cuba en el preludio del cataclismo. Todo un icono rodante. Durante el siglo y medio que demora la verde, medito sobre el automóvil americano de los cincuenta y su influjo en la cultura cubana de los últimos años. Paradójico emblema cincuentenario de la actualidad de una nación caleidoscópica, que no cesa de proyectar imágenes desconcertantes, incoherentes y asombrosas. En el ámbito de la cultura visual, los coches de los cincuenta se disputan la representación arquetípica de La Habana con las ruinas de San Lázaro o Reina y la fachada de la Bodeguita. En el género de la fotografía, el auto cubano de los cincuenta quedó retratado en su visión más cándida, cual impoluto bebé en el photo studio de Sears, durante los años más optimistas del último batistato y también en el reporte black & white de cuando arreció la violencia, en fotos de prensa que recuerdan a Weegee, urbanas, finales. En pintura, el desconocido cotidianismo de García Rivera, mezclando al mismo tiempo a Landaluze, a Rockwell y a Deineka, lo documenta pero también lo desdibuja, acaba en un dejo de comic que lo afecta. En las primeras décadas del proceso inacabable, los carros habaneros de los cincuenta no eran más que la inevitable herencia de la República destronada, resistentes y empecinados rivales de cuanto vehículo importado llegaba al país, fueran toscos todoterrenos rusos o aristocráticas berlinas milanesas. Pintura rusa de viajes de la época, de corte turístico-ideológico, “depicta” a los envidiados (y “fusilados”, minuciosamente copiados) amerikankiis con particular y estilizado acento eslavo. Salvo en la corta época en que el hedonista picapleitos de Birán se aupaba a una flotilla de aerodinámicos Oldsmobile azules del sesenta (mis pupilas, de niño, los guardaron en fugaz fogonazo en la Vía Blanca, por la Rotonda de Cojímar), que sus kordiales papparazzi sin falta recogieron, no es hasta el extraño desvío del hiperrealismo en los setenta que aparecen viejos camiones International Harvester, cargados de rebeldes triunfantes y consignas, en cuadros de Aldo Menéndez González, sin conflicto con los dictados del Salón de las FAR o la Dirección de Orientación Revolucionaria, donde imperaba un tal Fundora. Exiliado más tarde, Aldo también recreará el tema de los viejos cacharros que se resisten a morir y apuntalan su caída sin ruedas con cualquier busto viejo de Martí.
"Relatos de la Ciudad-Palimpsesto", de Pepe Forte. Fotografía en B&W. 1992

A mediados de los ochenta, ya era evidente que aquellos dinosaurios de Michigan, transformados por más de veinticinco años de innovaciones y racionalizaciones, eran un patrimonio listo para ser explotado por los manipuladores de la imagen, un tesoro local que podía reclamarse y exhibirse con orgullo. Hacia 1989, un número de la revista Casa de las Américas dedicó sus ilustraciones a un vasto ensayo fotográfico —y un excelente texto acompañante— de José (Pepe) Forte, pionero desde antes en la documentación obsesiva de los ubicuos “almendrones”.

Yo mismo los adulé en un par de cuadros de entonces, y he seguido con el asunto. En la escultura, el curiosísimo caso de Willy Argüelles, con la interpretación expresionista de sus coches cerámicos, plasma en tres dimensiones una visión enraizada y biográfica, que este escultor pinareño, criado entre motores y chapisterías trabajó desde siempre.

Cuando se desmerenga el Frío (cambiando la manutención perpetua por el envío de ideas peligrosas), y Cuba se abre al hambre y al turismo salvaje del Período especial, las hordas de fotógrafos occidentales se encargan de canonizar el símbolo. Dan Heller y otras legiones de hombres-cámara inundan el globo con el estereotipo. El despelote posmodernista que se produce en las artes visuales del país, donde (casi) everything goes, coloca los viejos carros yumas en el plano “intelectual” de la pintura casi a la par con la hemorragia naif de “postales” intramuros, hechas con todo tipo de pigmento sobre sacos de azúcar. Artistas jóvenes como Luis Camejo, el malogrado y brillante Pedro Álvarez y Elio “El Macho” Rodríguez han utilizado consistentemente el símbolo del viejo coche americano en sus obras. Se puede mencionar, asimismo, el trabajo de Daniel Roca, Carlos Toranzo e Ismael Morejón, autor de una interesante colección de artefactos criollos, “hechizos”, entre ellos los enigmáticos “riquimbilis”, adaptaciones motorizadas de las masivas bicicletas chinas, que el destino impuso a los cubanos en la triste circunstancia de los noventa.

"Miss Mercy", de Pepe Forte. Fotografía en B&W, 1985. No es un 'americano', es un Benz, pero sí un miembro del delicioso —y hoy casi extinto— fenómeno de los "carros de Cuba".
Hoy los viejos “fifties” siguen rodando por la Isla. Siguen presentes tanto en la realidad del transporte cotidiano, como en los posters que acarrean gastadores caucásicos tras un destino exótico, de ruinas y mulatas. Nadie sabe si de verdad serán eternos. Se ilumina la verde, en otro súbito relámpago y termina mi eternidad ante el semáforo. El Impala se ha ido, ha escapado por cualquier hueco de la selva. Yo acelero otra vez y sigo en mis gestiones.
 
César Beltrán es un magnífico pintor y diseñador gráfico cubano
exiliado en Miami. Beltrán es además un activo 'bloguista'.