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A 25 años de la mayor castástrofe espacial norteamericana. Así lo recuerdo...

La explosión del CHALLENGER

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA, y de EL ATICO, diario, por WQBA 1140 AM,
en Miami, Florida, una emisora de Univisión Radio.

Posted on Jan.28/2011

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Hoy se cumplen 25 años de la explosión del transbordador espacial Challenger. El 28 de enero de 1986 fue —o es— uno de esos días que quedará marcado en la memoria emocional colectiva y privada de todos quienes tuvimos el triste privilegio de coexistir con la tragedia. En mi caso personal fue una lección de madurez: hasta entonces, a mis 28 años, todavía creía que uno podría sentir amargamente tan sólo una pérdida propia, de familia, como la de la madre, el padre, un hermano… incluso un amigo cercano, pero no la muerte ajena, remota.

Aquel día, viviendo en La Habana, Cuba, tuve que visitar un museo en la Calle O y 25, en la barriada de El Vedado. Se trataba más o menos de una rutina laboral semanal. En aquella época, era restaurador de obras de arte, fotógrafo y diseñador de salas de museo y también investigador museológico. Trabajaba pues, como se le llamaba al 'perfil ocupacional' en la rimbombante jerga oficialista cubana, para “Patrimonio”. Mi visita a ese museo en particular se producía al borde del mediodía, por apenas una hora. Luego, casi siempre tras la cita, solía hacer mi almuerzo en la cafetería Wakamba, a un par de cuadras de allí, en La Rampa, al costado —en la entrecalle— del cine homónimo y frente al Edificio EDA, donde mi padre a finales de los 50 tenía su oficina de inmobiliaria.

No pude almorzar…

En la visita al museo, a la una de la tarde encendimos el televisor para seguir la primera edición del día del Noticiero Nacional de Televisión, que por años comenzaba a esa hora, y la primera noticia en aquella emisión, para nuestra sorpresa, fue la explosión del Challenger.

Para un país cuyo gobierno era —y continúa siéndolo— por cuenta propia y a contrapelo de la historia misma de la nación y hasta de su ubicación geográfica un acérrimo enemigo de los Estados Unidos, todos los éxitos de la potencia más grande de la historia de la humanidad y la nación líder del siglo XX tecnológicamente hablando, toda proeza de la materia era minimizada, descaracterizada y criticada y, si su grandeza a pesar de ella podía ser ignorada, lo era pues. Recuerdo nítidamente que en el periódico Juventud Rebelde de la víspera del viaje a la Luna el 20 de julio de 1969, éste fue reflejado en su primera plana con una caricatura de un maestro de ceremonias circense a cuyas espaldas se veía el Saturno V a punto de despegar, mientas el hombrecillo sombrero en mano, con aires de feria exclamaba algo así como, ¡pasen señores, pasen, y vean la explosión mas espectacular del mundo! Años después, cuando comenzó a hablarse del proyecto del transbordador, ese mismo periódico, en la sección de avances del siglo, un periodista cuyo nombre no vale la pena recordar, pasaba la vida preconizando la destrucción del vehículo espacial norteamericano y se le notaba que tenía ganas en el fondo de su alma de que eso pasara para saciar en el fracaso el odio contra Estados Unidos.

Sin embargo, cuando en realidad aconteció una tragedia espacial tan grande como la del Challenger, el propio Manolo Ortega, el anchorman del noticiario, un emigrado español nacionalizado, superviviente de la guerra Civil Española y militante del partido comunista cubano desde antes de 1959, se vio profundamente consternado al dar la noticia.

El Challenger había estallado minutos antes, exactamente a las 11:38 AM.

No estoy entre las personas que pudo ver en vivo el inesperado desenlace de la misión. Sabía que se había programado el despegue de nuevo para ese día después de algunas dilaciones y cancelaciones, pero de algún modo esperaba enterarme después de su partida —que se anticipaba exitosa porque estas misiones se habían convertido ya en una costumbre— cómo había marchado todo.

El Challenger era el segundo transbordador espacial efectivo de la NASA, que seguía en orden cronológico al Columbia, que resultó el primero en orbitar. En realidad el artefacto pionero fue el Enterprise, que nunca visitó el espacio, porque su función fue ensayar el planeo en la atmosfera a la hora de la vuelta la Tierra. Empero, aunque para el momento del estallido ya había volado también la tercera lanzadera, el Discovery, cuyo primer vuelo ocurrió el 30 de agosto de 1984, el Challenger, por su versatilidad y capacidad, se había convertido en el caballo de batalla de la NASA y ésta era su décima salida. Tras la primera, el 4 de abril de 1983 el Challenger, como Orbiter Vehicle (OV) -99, efectuó mas operaciones anuales que el Columbia. En los años 1983 y 1984 protagonizó el 85% de las misiones estaciones del novel programa. Hay que recordar que el bautismo espacial del Columbia ocurrió el 12 de abril de 1981, coincidiendo con el XX aniversario de la primera trayectoria orbital humana, la del soviético Yuri Gagarin a bordo de la nave Vostok.

El Challenger, que en español significa retador, fue bautizado así en honor a la corbeta británica HSM Challenger, la nave insignia de la expedición Challenger, que entre 1872 y 1876 realizó una investigación global marina, y también al módulo lunar del Apolo 17, el último periplo selenita tripulado de la NASA.

El proyecto de la lanzandera o transbordador espacial fue largamente acariciado por los gestores de la carrera espacial, que buscaban un vehículo orbital reusable. Tanto los cohetes como los módulos tripulados empleados en los viajes orbitales o a la Luna, se destruían o quedaban inservibles tras la misión. El Challenger, como el resto de sus hermanos era un integrante del concepto Space Transpotation System (STS), un taxi espacial que fuera y volviera. La nave habitable como tal, que parece un avión —su fuselaje y morro son como los de un DC-9— con alas —tipo delta—, cola y todo como un aeroplano común, en verdad no lo era pues sólo se trataba de un planeador ya que carecía de grupos motrices. Se asentaba sobre un enorme tanque de combustible, flanqueado por dos cohetes o boosters que le pondrían en órbita terrestre. La nave regresaba a tierra para el próximo vuelo, mientras que el tanque y los dos boosters de los que se deshacía en su trepada a la circunvalación terrestre, se desprendían en el camino arriba, caían auxiliados por paracaídas en el Atlántico frente a la rampa de lanzamiento de Cabo Cañaveral en la costa Este de la Florida, eran recuperados por buques de la NASA y luego restaurados para el siguiente lanzamiento.


Hoy, toda la operación y parafernalia parecen ya obsoletas.

El 28 de enero, a 9 millas de altura sobre el Atlántico y tras 73 segundos de vuelo, más que los presentes en las exclusivas gradas para invitados en el Centro Espacial Kennedy, fueron los televidentes de Estados Unidos y de otros muchos lugares alrededor del planeta los que vieron —primero sin entender en verdad qué había pasado y casi inmediatamente después horrorizados la realidad manifiesta en toda su dimensión con sus pavorosas imágenes— la primera gran explosión televisada live! de la historia de la humanidad. Mientras, casi al unísono, miles de escolares en el país que contemplaban la transmisión se echaron a llorar desconsolados cuando se dieron cuenta que La Maestra de América, la profesora Christa McAuliffe, moría en el viaje. McAuliffe, una bravía mujer común, accedió a la convocatoria de la NASA para convertirse en la primera profesora cósmica del mundo.

Ronald Reagan, a la sazón presidente de los Estados Unidos, dijo: “La tripulación del transbordador especial Challenger nos honra en la manera en que vivieron sus vidas. Nunca los olvidaremos, ni tampoco la última vez que les vimos esta mañana mientras se preparaban para este viaje para tocar el rostro de Dios”.

Esa noche tocaba el discurso del Estado de la Nación. Fue cancelado.

Los tripulantes de esta misión No.25 del programa de la lanzadera especial, además de la maestra McAuliffe, eran Dick Scobee, Michael Smith, Ellison Onizuka, Judith Resnik, Ronald McNair y Gregory Jarvis.

El accidente paralizó el programa por dos años.

De todos los transbordadores espaciales se temía desde el primer momento que su máximo riesgo era que se deprendiera en la salida o en el reingreso a la atmósfera una cantidad considerable de su aislamiento térmico basado en las losas de cerámica adheridas a su cuerpo con pegamento especial, lo que conduciría a su inmediata calcinación. No fue eso lo que mató al Challenger sino al Columbia el 1ro. de febrero de 2003. La explosión del Challenger se debió al fallo de unas juntas o anillos de caucho conocidos como O-rings, en uno de los cohetes, que permitió la fuga de combustible que, al entrar en contacto con la potente lengua de llama de las toberas, inflamó a toda la nave.

La tragedia, como otras muchas era prevenible, evitable. Siempre se dijo que las bajas temperaturas de la zona habrían de retardar el vuelo en tanto esas juntas regresaran a su tamaño original tras la contracción del material por el frío. El vuelo había sido cancelado a consecuencia de ello. Y entonces la prensa comenzó su criminal presión: “Otro fracaso… otra espera… otra cancelación… el Challenger volvió a no salir ayer…”.

Los ejecutivos de la NASA, acomplejados, ignorararon los consejos de los ingenieros, y la institución cedió ante la tendenciosa maledicencia. La víspera se vieron carámbanos colgar de las estructura de lanzamiento…

Booom!!!

A 25 años de la explosión del Challenger me recuerdo a mí mismo aquella tarde como alelado, sin apetito, afligido por la tragedia como si hubiese tenido familiares ahí, con la idea fija de lo acontecido en la cabeza, y ávido de información por saber qué había pasado. Tuve que contar ya en casa con las magras y muy filtradas noticias del aparato informativo estalinista cubano y, para compensar, buscar afanoso el seguimiento en Radio Martí, el programa especial en español para Cuba de la Voz de las Américas, y también la BBC de Londres. El mundo circundante del recién estrenado 1986 contaba hasta la fecha entre sus noticias más importantes con la entrada de España y Portugal a la Unión Europea; la autonomía de Aruba; la diseminación del primer virus de computadora llamado Brain (cerebro en español); la retirada del negocio de la fotografía instantánea de Kodak al perder la batalla legal contra Polaroid; el anuncio conjunto de Francia y el Reino Unido de la construcción del túnel bajo el Canal de la Mancha, y el reciente vuelo del Columbia el 12 de enero que, en hito glorioso, llevó al espacio al tripulante hispano Franklin Chang-Díaz, de origen costarricense. Mientras, la canción que lideraba el American Top 40 en los Estados Unidos era That’s What Friends Are For, en campaña contra el SIDA, cantada por Dionne Warwick, Stevie Wonder, Gladys Knight y Elton John.

Un galón de gasolina costaba en el país 93 centavos...

Y en ese marco histórico, a media tarde en La Habana, con el recuerdo de la noticia clavada en la mente y en el corazón, que me dejó triste ya para todo el día, intentaba subir a una ruta 22 en la parada de la heladería Coppelia, para llegar a casa en la calle San Rafael lo más pronto posible para saber más del malogrado Challenger. La espera era plomiza. No, en esa época no había Internet, ni teléfonos celulares…

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